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  • Foto del escritorSanti

El capricho de Gaudí




Empezaré contradiciendome (muy habitual en mí) y en la primera entrada de la sección "Mis museos favoritos" no hablaré de un museo, sino de un monumento, o más bien, de una experiencia.


El año pasado, en una apasionante ruta por el norte de España que dirigió mi amado Rafael, tuvimos una escala en Comillas. Allí tuvimos que escoger un único monumento para visitar, y aunque las vistas al Cantábrico que parecía ofrecer el cementerio modernista de la localidad eran muy tentadoras, decidimos visitar Villa Quijano, más conocida como "El capricho", un chalet de veraneo que encargó Máximo Díaz de Quijano a Antoni Gaudí en 1883. El arquitecto desplegó sin restricciones en este proyecto todo el universo creativo de su primera época y su programa decorativo más exuberante y exótico, lo que ha hecho que pase a la historia del arte como una de las joyas del modernismo español.


Allí pudimos asistir a la visita guiada en grupo, donde la encargada de la misma (una joven de la que por desgracia no recuerdo su nombre) narraba con especial pasión los pormenores, no sólo de la construcción y desarrollo del proyecto arquitectónico, sino de la vida y la cotidianeidad que albergaron sus salones, los sonidos que vibraron en sus techos y las fragancias que por allí se habían respirado. Resulta que su promotor fue un apasionado de la botánica y de la música, por ello cobran especial importancia en la planta del edificio el invernadero integrado (respiro vegetal y agente termoregulador de la casa) y la sala de conciertos para las fiestas y bailes.


La guía nos transportó al ambiente refinado en el que vivieron las ricas familias indianas a finales del siglo XIX y principios del XX, contándonos el programa de uso de cada una de las salas por donde discurría la visita. Muy especial fueron las paradas en la sala de la música, de justas proporciones. Allí pudimos imaginarnos al dueño de la casa tocando el piano mientras sus invitados disfrutaban de unas maravillosas vistas y una velada encantadora envuelta en la belleza del edificio. Tal fue la sensibilidad que demostró Gaudí en este proyecto que incluso diseñó un sistema oculto de poleas y contrapesos para la apertura de las ventanas corredizas que cuando se arrastraban de arriba a abajo activaban el sonido de unas campanas tubulares. La música daba sentido a la casa y la propia casa devolvía a los visitantes la esencia de la música.


Casi al terminar la visita y próximos a abandonar el edificio con la sensación de haber elevado nuestro espíritu gracias al ejemplo creativo de estos genios decimonónicos, asistimos a una revelación que nos dejó a todos estupefactos. Todo lo que la guía nos había contado no fue cierto. Más bien, nada lo era, ya que el dueño de la casa sólo pudo disfrutarla escasos meses tras la finalización de la obra en 1885, yendo a ella a morir sin descendencia y legando esta maravillosa herencia a una rama familiar que no comprendieron bien ni respetaron la idiosincrasia del edificio. Fue maltratado con reformas de escaso nivel arquitectónico aunque hoy en día se encuentra felizmente recuperado y fiel a su idea inicial. Y esto es precisamente lo que hizo la guía durante la visita, devolverle a la casa la magia proyectada en ella y que nunca aconteció. Ella nos llevó al sueño de su promotor, a las aspiraciones de un romántico que aunque, finalmente solo fue a esta casa a morir, mantuvo la esperanza de que su sueño finalmente se convirtiera en realidad. Hoy ocurre gracias a la magnífica labor de los que cuentan esta casa y reviven su historia. Porque los sueños también son dignos de ser contados y no hay nada más justo que reconocerlos, transmitirlos y valorarlos.


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